La foto que no fue

Todo el mundo baja. “Vosotros no podéis. Debéis quedaros arriba, esperando”, dice una de las empleadas.

Pero hay esperas y esperas. Y, por suerte, aquella no es una espera tediosa o exasperante. Nada más lejos de la realidad. La luz es tenue y débil, pero a la vez acogedora y reconfortante como pocas. Si a eso le añades el exclusivo diseño que adereza y da sentido y funcionalidad al local, miel sobre hojuelas

Sin dar mayor detalle, la jefa de sala y futura sumiller reputada interviene de modo breve y conciso, obligándonos a ocupar espacio junto a la barra de bar, acomodados en un par de las clásicas butacas altas de las que tanto os gustan, aquellas que presiden la sofisticada barra de bar.

Ella se encuentra en el interior de la misma, solícita y dispuesta, a vuestro servicio. Junto a las dos croquetas artesanas de tamaño minúsculo, os pone al alcance un par de boles diminutos rellenos de una crema más sólida que líquida.

“Este humus contiene un tabulé de Marruecos” -afirma vuestra amiga.

Tras servir una cerveza para cada uno os miráis fijamente. Aquella no es una cualquiera de todas las cañas que habéis probado juntos. El sabor es bueno, pero es el contexto lo que enriquece exponencialmente la combinación entre aperitivo y bebida.

Lo cierto es que, por paradójico que parezca, algo raro está teniendo lugar en ese momento. Sin que os hayáis ni tan siquiera planteado un protagonismo exclusivo o hegemónico, demandando nada que merezca especial atención, esa tarde os habéis ganado con creces el derecho a ostentar la corona, a ser el centro de atención.

Mitad tímida y mitad traviesa, tu sonrisa secunda la suya. Vuestra amiga, lejos de cualquier intromisión, os sugieren brindar. Aceptáis y procedéis a ello con un simple gesto, en tono bajo y calmado.

Los invitados no han presenciado ese momento. Ninguno menos uno en concreto. Es familiar cercano, pero lo curioso de todo es que, sin daros cuenta, en ese momento está llevando a cabo una de tantas tareas que le fueron encomendadas por vosotros en las semanas previas al evento. Un largo objetivo, vete tú a saber desde hasta qué número de milímetros, trata de obtener fiel testimonio fotográfico de una imagen insólita, casi icónica. De una imagen que quedará para la posteridad, in sécula seculórum como soléis decir. De una imagen que dará fe de haber vivido una experiencia única, a buen seguro irrepetible.

Ubicado en uno de los amplios peldaños que conforman la escalera, pese a encontrarse a poco más de medio metro sobre el nivel del suelo que asienta vuestras butacas, él dispara a discreción, fotografía tras fotografía. Da igual todo, da igual cualquier gesto, cualquier postura. La cámara se gira en vertical u horizontal, la imagen varía, pero nada se tuerce. Nada es óbice para contrarrestar su afán, que no es sino plasmar decenas y decenas de hermosas fotografías que darán sentido, un bellísimo sentido, al enlace. A vuestro esperado enlace, a vuestro deseado enlace.

Lo cierto es que, siendo objetivos, algo os separa. A vosotros por un lado y al familiar ducho en el mundillo de la fotografía que practica y regala retratos e instantáneas a espuertas por otro. Aunque esta vez no se trata del sentido metafórico de las cosas. Todo lo contrario. Os halláis cómodamente aposentados junto a la barra del bar, a poco más de dos metros, tal vez dos metros y medio de su ubicación. Con todo el sentido, su zona de bajada al salón en el que un rato después tendrá lugar la cena de vuestra boda se encuentra protegida por un cristal precioso, diáfano a pesar de la multitud de palabras que decoran y estilan el mismo. No hay orden, ángulo ni concierto entre las distintas tipografías que enriquecen un enorme vidrio tan útil como necesario. No hay frases. Sólo palabras, todas bonitas. Todas os conceden un retazo de recuerdos, un retazo de vuestras vidas, un retazo de felicidad.

De repente, sin motivo aparente, vuestro querido familiar cercano pone punto y seguido a su tarea como fotógrafo fedatario del evento, concluyendo así una fase plagada de imágenes que, a buen seguro, jamás se volverán a repetir.

Habéis posado sin pretender ser retratados. Habéis desconectado momentáneamente, aparcando el protagonismo, intentando pasar desapercibidos. Sin pedirlo, habéis disfrutado por unos minutos de una intimidad extraña, acompañada de las personas a las que más queréis.

Nunca dejarás de pensarlo. Se adueña de ti el caprichoso what if. Que hubieras, o más bien, que hubierais sentido si aquello hubiese tenido lugar de verdad. Si aquel posado concreto, alegre, sencillo, desenfadado, cómplice, natural se hubiera dado en realidad. Tu vida no habría sido diferente, ni mejor ni peor. Eso sí, a vuestro juicio, habría quedado plasmado para la posteridad uno de los escasos cúlmenes de la felicidad completa, absoluta, inenarrable, dejando constancia de una de las pocas vivencias imposible de olvidar.

Sin daros cuenta, la jefa de sala y futura sumiller reputada accede desde la planta inferior al área exterior de la barra en la que os encontráis. Solicita vuestra presencia. “Todo está preparado” afirma con determinación, al tiempo que os presta sus manos, marcando el paso que habrá de llevaros a la sala donde tendrá lugar el banquete más especial.

Esta fue, ha sido, es y será la foto que no fue.

Mi golpe de estado

Mi golpe de estado

Noticia: 3. Dato o información nuevos, referidos a un asunto o a una persona.

Golpe: 7. Infortunio o desgracia que acomete de pronto.

Hundir: 3. Abrumar, oprimir, abatir.

Aparente: 1. Que parece y no es.

Trastocar: 1. Trastornar o alterar algo. 2. Trastornarse, perturbarse.

Sobrevivir: 1. Dicho de una persona: Vivir después de la muerte de otra o después de un determinado suceso.

Cambiar: 1. Dejar una cosa o situación para tomar otra. 2. Convertir o mudar algo en otra cosa, frecuentemente su contraria. 7. Dicho de una persona: Mudar o alterar su condición o apariencia física o moral.

Momento: 2. Lapso de tiempo más o menos largo que se singulariza por cualquier circunstancia. 3. Oportunidad, ocasión propicia. 5. Importancia, peso, trascendencia.

De: 7. Denota la causa u origen de algo.

Aparente: 3. Que aparece y se muestra a la vista.

Normalidad: 1. Cualidad o condición de normal.

Estado: 1. Situación en que se encuentra alguien o algo, y en especial cada uno de sus sucesivos modos de ser o estar.

Aprendizaje: 1. Acción y efecto de aprender algún arte, oficio u otra cosa. 3. Adquisición por la práctica de una conducta duradera.

Superar: 2. Vencer obstáculos o dificultades.

Reencontrar: 1. Volver a encontrar. 2. Dicho de una persona: Recobrar cualidades, facultades, hábitos, etc., que había perdido.

Familia: 1. Grupo de personas emparentadas entre sí que viven (o han vivido) juntas. 2. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje. 3. Hijos o descendencia. 7. Grupo de personas relacionadas por amistad o trato.

Reforzar: 2. Fortalecer o reparar lo que padece ruina o detrimento. 3. Animar, alentar, dar espíritu.

Estado: 3. Clase o condición a la cual está sujeta la vida de cada uno.

Cambiar: 4. Dirigirse recíprocamente gestos, ideas, miradas, sonrisas, etc.

Aniversario: 2. Día en que se cumplen años de algún suceso.

Sobrevivir: 3. Dicho de una persona o de una cosa: Permanecer en el tiempo, perdurar.

Distancia sideral

Blog 24_Distancia Sideral

Empiezan follando.

Contándose de todo. Como siempre.

 

En ocasiones ellos hablan de lo divino y lo humano. Sin parar ni un instante. Igual da que estén desayunando o echando un polvazo en la cama.

Parece que ya ha llegado el momento. Sin duda está claro. Ya es momento de dar el siguiente paso.

Llevamos un tiempo juntos. Nos queremos. Somos felices. Queremos tener un hijo.

¿Por qué no lo intentamos?

Tal vez no sea el momento más adecuado. Oportunidades así no aparecen todos los días.

Quizá no se me vuelva a dar otra oportunidad como ésta.

¿Por qué te pones así? Un año pasa volando. A la vuelta lo buscamos.

Puedes ir allí a verme unos días.

 

Es un tanto frío, desangelado. Tanto el exterior como el propio apartamento.

Yo estoy muy liado. Me queda nada para el examen de oposición. No sé qué tal me irá.

Seguro que bien. Ya he echado mis primeras fotos. ¿Qué te parecen?

Bien, como siempre.

 

Joder, qué sueño tengo. Me cuesta hablar contigo a estas horas.

Te entiendo. A mí me pasa igual.

Mañana iré por el centro de la ciudad, con mi compañera.

Yo igual. Tal vez salga un rato.

 

¿Qué pasa? ¿Estás bien? Te noto muy callada.

Nada. No tengo gran cosa que contarte. Igual que todos los días.

Llevamos quince minutos hablando y no me has contado nada.

Es que no tengo nada que contarte.

Bueno, pues escúchame y te contaré yo un cuento.

 

¿Sabes lo que es follar por Skype?

¿Cómo?

Tú mírame. Ya verás. Es así de simple.

Uf.

 

La verdad es que se me está haciendo duro. Muy duro.

Y a mí. Y eso que ya conozco a más gente. Y estoy más dentro del trabajo que estoy haciendo que hace un par de meses. Pero aun así…

¿Vendrás a verme?

Sí, pero aún no he comprado el billete.

 

Joder, tienes tus paredes llenas de fotos colgadas.

Sí. He revelado un montón. Otras son de mi compañera. Me las ha dado.

Ya no reconozco tu apartamento. Nada que ver a como estaba cuando entraste.

Ya.

 

Hoy no tengo ganas. Estoy agotada. No he parado, de un sitio para otro.

Ya te he visto. Estás estupenda en Facebook.

Sí.

Sí.

 

¿Qué tal estás?

Bueno…

¿Qué quieres decir?

Ayer tuve el examen.

¡Hostias! Perdona. No me he acordado.

Ya. Llevabas semanas sin preguntarme.

Lo siento.

 

Dime de una puta vez. ¿Por qué coño no lo dejas y te vuelves aquí conmigo?

No me pidas eso. Ya lo hemos hablado.

Me importa una mierda lo que me has dicho.

No me digas eso.

¡Te digo lo que me sale de los cojones!

No me hagas esto.

 

Dónde estás, que no me coges el teléfono.

Por qué coño no quieres hablar conmigo. Me cago en Dios.

Eres la polla.

No me merezco esto.

Ponte en mi lugar.

 

No quería contestarte hasta que pasaran unos cuantos días. Prefiero hacerlo por email.

Me hiciste mucho daño.

No haces caso. Te crees que todo es color de rosa para mí y no es así.

Yo también te echo mucho de menos, aunque no te lo parezca.

Simplemente estoy haciendo aquello por lo que vine aquí para un año.

Cuando me sienta con fuerzas te llamaré.

Te quiero.

 

Créeme que lo siento.

No me porté bien. Pero tú ponte en mi situación.

Estoy abandonado en la que ha sido siempre nuestra casa.

No es para tanto. También fue dura mi llegada aquí. Pero al final te aclimatas.

He estado viendo precios. Dime qué días te vienen mejor.

A ver si puedo salir para allá.

 

Me han dicho que pueden que alarguen la beca otro año más.

Es para mí sí quiero seguir.

No me jodas. No vas a seguir, ¿verdad?

Allí es casi imposible encontrar algo así.

Ya empiezas con las excusas.

No te estoy poniendo excusas.

Joder. No me hagas esto.

 

Joder, ¿qué haces aquí?

¿Puedo entrar?

Claro. Pasa. Pasa. ¿Qué tal el vuelo?

Duro. Apenas he dormido.

¿Quieres algo de comer? Tengo algo de puré.

Sí. Está bien. Me sentará bien.

Te he traído esto. Espero que te guste.

Claro que sí.

Está bueno este güisqui.

 

Terminan follando.

Callados. Llorando. Sin hablar, como desconocidos. Como nunca.

 

P.D.1: 10.000 km. Dirigida por Carlos Marques-Marcet.

Inicio, distancia corta.

La normalidad combate a la nostalgia.

Mitad, distancia sideral.

Final, imposible de predecir.

P.D.2: La miseria no siempre significa pobreza. Bueno, en este caso (en dos secuencias puntuales), el personaje masculino se habría ganado de sobra el adjetivo. A mi juicio, verdaderamente miserable.

P.D.3: Peliculón, peliculón. Real, como la vida misma.

La perversión de la plaza

Pobres pequeños. Pero también ¡pobres mayores!

Blog 23

Había salido tarde de casa. En seguida asumió que, salvo que encontrara alguna plaza muy próxima a la estación, con toda probabilidad perdería el tren que cogía a diario. Fue este el motivo que propició que Ángela hiciera algo inusual. Decidió probar suerte y accedió al aparcamiento aledaño.

Desafortunadamente pudo apreciar que alguien acababa de entrar unos segundos antes, buscando lo mismo que ella. Un pequeño utilitario estaba aparcando en la zona más cercana a la puerta de entrada. Lamentando su mala suerte, Ángela continuó el camino. Pero justo cuando iba a salir a la calle, un ruido extraño le llamó poderosamente la atención. Le sorprendió enormemente que aquel Renault Twingo antiguo saliera pitando del aparcamiento detrás de ella. Aunque esto no fue lo que más curiosidad le produjo. Al volante de ese coche pequeño Ángela vio a una mujer algo más joven que ella. Lo más chocante fueron los gestos y exabruptos empleados por aquella chica, a modo de enérgico improperio hacia algún varón indeterminado.

Unos minutos después, tras aparcar el coche, Ángela se dirigió a paso ligero hasta la entrada de la estación. Nuevamente se encontraba aparcando otro coche en la enigmática plaza de la discordia. De inmediato pasó de nuevo junto al mismo furgón viejo, medio destartalado que había tenido el desencuentro con aquel Twingo. Aunque paradójicamente no se veía a ningún conductor. O siendo más concretos, no se veía a nadie sentado en el asiento del conductor. Lo que sí se apreciaba claramente era a una persona sentada en el lugar del acompañante. Con gesto desabrido, aquel tipo huraño no hizo nada por ocultar su atención por Ángela. Pero no era el mismo interés que ocasionalmente le mostraban algunos los hombres. Era una atención desmedida. Una tendencia tan exagerada que parecía caminar al borde de una lascivia cuando menos repelente.

En el aparcamiento contiguo había aparcado un todo terreno de gran tamaño. Poco antes de pasar Ángela por alli, el conductor cerró su puerta con firmeza. Ella se acercó ligeramente a él.

-Perdona que te moleste -dijo Ángela educadamente-, es que en el coche que hay junto al tuyo he visto un gesto raro de narices.

-¿A quién te refieres?

-Al señor de la furgoneta. Me ha dado asco tan solo con su mirada.

-Suele pasar -terció el caballero, quitando hierro al asunto-. Entremos juntos a la estación, no vaya a ser que quiera hacerte algo raro.

Ángela llegó a su oficina con un ligero retraso. A media mañana, mientras tomaba el café pertinente, echó unas cuantas risas junto a sus compañeras y amigas de la oficina al tiempo que narraba la percepción de lo visto a primera hora.

A la mañana siguiente Ángela también se levantó de la cama con la hora pegada. Al arrancar el coche barajó al instante cual de las dos opciones sería la más acertada. Su trabajo no era controlado de forma directa en lo referente al momento preciso en el que comenzar a desarrollarlo, pero siempre había preferido ser de las primeras en llegar. Este hecho propició que Ángela se arriesgara nuevamente a introducir el coche y echar un vistazo en la zona más próxima a la entrada. En la zona en la que presenció aquella escena insólita veinticuatro horas atrás.

Una vez dentro del aparcamiento Ángela se sorprendió al comprobar que, igual que ayer, una plaza se encontraba vacante. Una plaza cercana a la entrada. La misma plaza que el día anterior. Ángela aparcó en un santiamén. A un lado se hallaba la parada de autobús. Al otro se encontraba una furgoneta. Otra furgoneta de distinto color pero igual de deteriorada que la de la jornada anterior. Qué casualidad, pensó Ángela nada más echar el freno de mano. Pero no se trataba de una buena ventura precisamente. Justo cuando iba a abandonar el coche corroboró de primera mano el porqué de la encolerizada estampida protagonizada por la chica el día anterior.

-¡Puto cerdo! -soltó Ángela, completamente asqueada tras contemplar cómo aquel sujeto eyaculaba todo su esperma sobre el cristal de la puerta del copiloto.

Ángela llegó a la oficina sobresaltada. Poco a poco fue calmándose, asumiendo que pese a haber sido un incidente más que desagradable, ella no había sido la causante del mismo. A buen seguro hubiera ocurrido exactamente con cualquier otra mujer aparcando dentro de esa misma plaza.

Era viernes. Ángela volvió a casa cerca de las seis de la tarde, un poco antes de la hora habitual a la que regresaba de lunes a jueves. Su marido había retornado del trabajo un par de horas antes. Generalmente, los viernes por la tarde siempre se lo encontraba sentado frente al ordenador, tomando un café mientras deambulaba de unas páginas web a otras sin mayor afán.

-¿Qué tal cariño?

-No sabes lo que me ha pasado esta mañana…

-¿El qué? -preguntó Gustavo.

-Pues que al salir del coche para coger el tren me he tropezado con un tío repugnante.

-¿Repugnante? ¿En qué sentido?

Gustavo estaba sintiendo una curiosidad un tanto malsana. Se sentía mal por ver cómo su mujer se manifestaba en un tono y con unas formas que nunca le había visto en los diez años que llevaban como pareja. Pero por otro lado estaba experimentando algo novedoso. Un morbo lo suficientemente corrosivo como para sentir cierta repugnancia hacia sí mismo.

-¿Qué en qué sentido? Pues que se ha hecho una paja y se ha corrido encima del cristal de mi ventana.

-¡No jodas! Qué asco -dijo Gustavo, intentando calmar los ánimos de su esposa.

-Sí. De verdad que… no he tenido miedo. No ha ido a por mí, pero es que me ha dado una grima verle…

Como solían hacer todos los viernes por la tarde, Ángela y Gustavo fueron a hacer la compra. Los viernes acudían habitualmente al supermercado más cercano a su barrio. Cuando fueron a entrar al aparcamiento, ambos quedaron bastante sorprendidos. Había un coche de policía aparcado en la entrada al garaje, por lo que la puerta del parking del local comercial se encontraba cortada. Gustavo aparcó a cien metros. Dado que el garaje no estaba disponible, debían acceder al supermercado por la entrada peatonal ubicada en la calle principal. Y eso significaba que necesariamente deberían pasar junto al bullicio que casualmente se había organizado allí.

A unos pasos del gentío, Ángela sufrió un nuevo sobresalto. Nuevo, pero a la par conocido. Sólo se veía un coche de policía, pero se encontraban en medio del tumulto varios funcionarios de este cuerpo, con sus respectivas motos paradas a pocos metros del meollo. Pero no fue la policía quién provocó que la sensación desagradable del día se repitiera nuevamente. Uno de ellos sujetaba con su mano el brazo de un hombre. Pero no de cualquier hombre. Era el mismo tipo obsceno que a primera hora del día le había ocasionado una de las experiencias más repulsivas de su vida, masturbándose delante de ella con toda la impudicia que fue capaz de generar.

De repente Ángela se percató de algo en lo que hasta entonces no había reparado. Junto al resto de funcionarios del cuerpo se encontraba la vecina Mercedes junto a su hija. Un segundo después de verlas juntas Ángela comprendió todo en un periquete. Pese a que también era policía, Mercedes iba vestida de calle. Y, Martina, su hija pequeña de diez años, se encontraba junto a ella llorando desconsoladamente.

-¿Ves? -soltó Ángela a su marido-. Ese es el puto quinqui al que he visto esta mañana.

Menos mal que ya es de noche, pensó Gustavo, disimulando el color rosa de sus mejillas producto de la vergüenza que acababa de sentir.

P.D.: Dedicado a mi querida aicp4444. Cualquier parecido con la realidad, mera coincidencia.

La caja de las… ¿sorpresas?

 

Al trastero no bajamos muy a menudo. En ocasiones, mientras nos volvemos locos tratando de encontrar algo en concreto, nos chocamos con objetos especiales. Pequeñas reliquias del pasado.

Paso a continuación a relataros mis impresiones, causadas de inmediato mientras las abría y echaba un vistazo con todo el cariño.

Primero comenzaré, dentro de la música en inglés, con los que menos tiempo pasaron dentro de la pletina. Bueno, para ser más exactos, hubo dos que no llegaron ni tan siquiera a meterse dentro de ella.

El que sigue dentro de este paquete de grupos a los que no hice ningún caso fue Bell Book & Candle.

Creo recordar que se estuvo escuchando algún tema suyo durante una temporada en las principales cadenas de radio pop comercial para jóvenes. Tal vez la puse alguna ocasión, pero sin duda fue otra cinta que nunca llegué a escuchar de principio a fin.

Lo confieso. Su mítica Don´t you (forget about me) colocó al comienzo de mi adolescencia a Simple Minds a tal nivel que les idolatré desde entonces sin haber oído más que los temas más trillados. Aún así, reconozco que sería un disco que me apetecería escuchar alguna vez.

Ahora voy a continuar con el resto.

Saltó a la fama, mucho antes de aficionarme yo a cualquier música (incluso antes de yo nacer) como integrante de la mítica banda Genesis. Yo tan solo le seguí en solitario. Bajo mi modesta impresión, su pop a veces resultaba algo común, pero tampoco fui capaz de valorar únicamente su música desde un punto de vista objetivo. Tanto fue así que, en los discos que preparé junto a mi mujer para nuestra boda, como música de ambiente y regalo para invitados, incluimos la estupenda I wish it would rain down.

Me encantaba su cadencia, tanto en el pop que asemejaba al rock blando como en sus estupendas baladas. Además de cantar, su afición a la batería la continuó practicando décadas después de su comienzo en la banda. Para quien quiera darme la razón o rebatir lo que acabo de contar, recomiendo escuchar un temazo tremendo: In the air tonight.

The Cranberries salieron a la luz en nuestro país aproximadamente en el año noventa y tres. Al margen de los temas más conocidos, me atrajo desde el primer momento su estilo irlandés inconfundible, tanto en rock potente como en baladas lentas y sensibles.

Los recopilatorios por estilo o película suelen ser muy curiosos. Tan pronto escuchas un temazo que no esperabas oir como te toca tragarte una canción infumable de un grupo a quién directamente no soportas. Esa fue la sensación que siempre tuve de esta cinta de baladas de rock. A veces cara, a veces cruz.

Los árboles a menudo nos impiden ver el bosque. A veces la elegancia y el estilo con el que se mueven ciertos artistas nos generan clichés que impiden prestar el cuidado necesario para valorar su trabajo. Recomiendo escuchar con atención su estupenda mezcla de pop-soul-funk. Para quién le apetezca, confieso que mi preferida entre sus canciones fue The real thing.

Bueno… Las fiestas del instituto tenían lugar en una discoteca por la tarde. Un viernes de cada trimestre dejaron algún que otro poso difícil de digerir, en lo referente a lo musical me refiero. Con seguridad, en la actualidad no me interesaría algo así ni por asomo. Ni aunque me lo regalaran. Por supuesto no recuerdo cuanto me costó. El precio caro o barato de cada uno de nuestros discos comprados es muy relativo, en función no sólo de cuanto te costó, sino sobre todo de lo que disfrutaste escuchándolo.

En sus comienzos parecía que sólo se movían en un rock interesante, diferente al normal de aquella época. Pero este disco, que adquirí en mil novecientos noventa y siete, además de su rock habitual, tenía canciones diferentes, que te sonaban y encajaban hasta dejarte envuelto por una especie de susurro más que sugerente. Como anécdota, mi mujer ya había mostrado su interés por este disco, antes de conocernos.

Hubo pocas, muy pocas, canciones de este disco que no me engancharan de inmediato. Distintos sonidos, diferentes estilos pero siempre con una armonía, delicadeza y pasión que justificaban con creces su fama. Me hizo entender de inmediato el porqué de la leyenda que se habían creado hace ya dos décadas.

Sugiero seriamente escuchar el disco entero. El placer aparece de muchas formas y con distintas caras, pero este es diferente. Sólo hay que comenzar a oir y cerrar los ojos.

Apenas seguí la serie. Si no recuerdo mal, la emitía Telecinco (que nunca fue santo de mi devoción). Tratando de narrar la vida real dentro del día a día en el trabajo, su sentido del humor era tan corrosivo que en parte eso fue lo que me llevó a prestar mucha más atención a su música que a las tramas de la serie en sí. Como recuerdo final mencionar las inclasificables escenas que se veían cada capítulo en relación a los protagonistas y su efervescencia particular.

The Police me sonaban. Poco pero algo.

Pero de Paul Simon y Art Garfunkel ni tan siquiera conocía su nombre. Nos lo recomendó Delfos, nuestro profesor de Sociales en octavo de EGB. Tras uno de los clásicos anuncios de colecciones musicales a comienzos de un mes de septiembre, compré su disco en el kiosko. Nada más escucharlo me hechizó de manera total y absoluta. Era el comienzo de mi adolescencia. Además del deleite causado, me confirmó que también te podía apasionar la música de autor, de protesta, la que no seguía el patrón establecido.

The Police también me encantó desde la primera vez que la escuché.

Creo que fue una compra difícil de explicar. Entre que se oían sus canciones en la radio a diario y que yo las escuchaba todos los fines de semana, mientras frecuentaba los bares de copas (con cerveza o cubata en mano), un día decidí comprar esta cinta. No sé. De todas las que llevo comentadas, sin duda esta es la que representa con mayor precisión el tipo de música que más detesto en la actualidad. Tal vez se debiera a que, antes de cumplir los veinte, o te comportas y te gusta exactamente lo mismo que a la mayoría, o estás abocado al fracaso y a que te tilden de bicho raro. En fin…

¡Venga! Más integrantes de la radiofórmula. Si en la actualidad tuviera alguien cerca, o más bien viviera junto a alguien a quien le apasionara un género tan inclasificable como éste, necesitaría más que un milagro para contener mis brotes más corrosivos.

Al margen de esto, me vienen a la cabeza dos cosas relacionadas con los Take That. Una buena y otra mala. Comenzaré por la última. La peor etapa de mi vida se dio en un contexto donde, frente a mí ácida opinión musical se encontraba el entusiasmo casi fanático de una persona para quien este grupo le resultaba poco menos que determinante. Al menos me queda el consuelo de que, si no hubiese pasado por lo que pasé, no estaría ahora contando este infausto recuerdo. El lado bueno de ellos para mí es la figura de Robbie Williams. Siendo uno de los cinco integrantes en su inicio, en la práctica fue el único que tuvo un éxito tremendo a nivel mundial una vez comenzada su etapa en solitario. Justo el año que me pasó lo comentado en el lado malo de esta nota, me compré un estupendo ensayo llamado Historia trágica del Rock. Uno de los capítulos que más me flipó fue la durísima competencia que tuvo en el ámbito musical entre la segunda mitad de la década de los noventa y la primera de la pasada. Vivir acompañado en el tiempo, y maltratado psicológicamente, por los inclasificables hermanos Gallagher, del grupo Oasis, debió ser un hueso muy duro de roer.

Este mítico grupo comenzó a crear su leyenda a finales de la década de los setenta, creo que justo en el año que yo nací. Yo me aficioné a su música a comienzos de los noventa. Pero lo más curioso fue comprobar que, los tres discos más antiguos (Boy, October y War) a mi juicio no tienen mucho que ver con los que publicaron cuando yo empecé a seguirlos en los noventa (Achtung Baby, Zooropa y Pop). Para mí, los primeros fueron una auténtica maravilla, producto del ímpetu y la pasión con la que comienzan una aventura un grupo de imberbes con ganas de comerse el mundo.

En la segunda mitad de los ochenta comenzaron a practicar un pop-rock más común, que llegara a todas las masas. A comienzos del siglo retomaron sus raíces con un disco que me reenganchó ligeramente. Algunos temazos me encandilaron de manera inversamente proporcional al desinterés que comenzaron a provocarme las agobiantes aglomeraciones que se generaban en cada uno de sus conciertos. En este sentido, nunca olvidaré el esfuerzo que hizo mi mujer, un día de febrero de dos mil cinco, esperando horas y horas con el fin de adquirir entradas para el concierto que tenían previsto dar en Madrid durante ese año. Después de casi diez horas echando el día en la cola, colgaron el cartel de Sold out cuando ella se encontraba relativamente cerca de conseguir las ansiadas entradas. 

Podría recomendar muchísimas canciones suyas, pero me voy a quedar con una que tiene algo de particular. Walk on, de All that you can´t leave behind aparece en Youtube con un vídeo que no debería llamarse como tal, pero para mi gusto es un temazo estupendo.

Hasta aquí las cintas en inglés. Paso ahora a hacer lo mismo, pero con las de grupos españoles o que cantaban en nuestro idioma.

Pese a aquello en lo que se convirtieron después (producto de su éxito), a mi juicio el primer disco de La Oreja de Van Gogh portaba algo nuevo. Ritmos frescos acompañados de letras más que originales. Fue una pena que posteriormente se transformaran en su propia bis comercial.

Escuché a Tontxu por primera vez en la dichosa radiofórmula. Sus discos eran una mezcla de estilo cantautor-protesta y pop ligero, con talento de sobra en todo caso. Reconozco que, al margen de su buena música, para mí ha quedado de él un residuo amargo. No recuerdo bien cuando pero una noche, mientras cambiaba de canal sin prestar atención a nada, vi que había entrado a formar parte del maldito mundo de la telebasura, como protagonista integrante de uno de esos colectivos de famosetes que se nominaban (y puteaban) unos a otros en el asqueroso Gran Hermano Vip. O tal vez fuera otro programa, pero en todo caso era de ese tipo de telerrealidad. Ni que decir tiene que a él también se le escuchaba en plena conspiración contra dios sabe quién.

Bueno, en todo caso, me quedaré con las estupendas letras que llevaban sus canciones.

Estupendo disco de un grupo que, a mi entender, pasó más desapercibido de lo que la calidad de su música se habría merecido. Se trataba de una especie de pop-country proveniente de Galicia. Recomiendo escuchar uno de sus principales temas, Ferrol.

Otro caso de esos en los que los datos accesorios nos hacer prejuzgar la música en sí. Los vídeos de Ella baila sola no son ninguna maravilla, pero eso no es lo verdaderamente relevante dentro de la música. Letras más que interesantes sobre diferentes temas, acompañadas de ritmos limpios en todos los sentidos.

En Los Secretos se pueden apreciar unas preciosas letras ambientando una sempiterna melancolía. Canciones más que interesantes de un grupo comandado por dos hermanos.

A finales del siglo pasado, uno de ellos decidió abandonar definitivamente el más común de los sentidos debido a su enorme adicción a las drogas. Pese al colmo de la estupidez humana, recomiendo su música.

Pop-rock clásico de un grupo balear que, para mi gusto, pasó de puntillas durante la década de los noventa. Nunca más volví a escuchar otro disco de La Granja.

Este es el típico caso del pequeño oasis dentro del desierto, pero en sentido contrario.

Tan solo me quedo con una cosa de su disco. El título es excelente: El ser humano es raro. Los caminos del Señor son inescrutables…

Después de llamarse Los Rápidos y Los Burros, dos notables artistas dieron forma a un grupo magnífico a mitad de los ochenta. Creo que todos los discos de El Último de la Fila son admirables, pero reconozco que, además de este, sólo compré en CD (y por tanto sólo conozco bien) su excelente Astronomía razonable.

Lo confieso. De primeras, Héroes del Silencio me causaron una impresión más enigmática que de costumbre. Agradezco sinceramente a mi amigo Juanra, por prestarme todos sus discos. Posteriormente me compré los cuatro, por supuesto de uno en uno.

Como detalle confieso algo curioso. Según tengo entendido, los dos álbumes que más triunfaron en fama y taquilla fueron el segundo y el tercero, Senderos de traición El espíritu del vino. Casualmente, los que más me gustaron una vez adquiridos fueron los otros dos, el primero y el último.

También los conocí a través de la radiofórmula. Bueno… digamos que me interesaron bastante más de primeras. No les he seguido nada desde el comienzo de siglo.

A veces se lo reprocho. Unas sólo medio en broma y otras una pizca en serio. Que más hubiera querido yo que a mi querida esposa le hubiese interesado algo más la vida y milagros del grupo creado por Carlos Goñi hace casi treinta años. La vida y milagros en sentido metafórico, claro está.

Me atraparon desde el primer momento que los oí, no sólo en cuanto a la música, sino sobre todo gracias a las maravillosas historias que contaba antes de comenzar cada una de sus canciones. Miserias e ilusiones, pobreza y derroche, abandono y ayuda. Amor y desilusión. Toda clase de situaciones por las que cada uno de nosotros podemos pasar, si es que no lo hubiéramos pasado (o estuviéramos pasando) ya.

En los últimos años le he perdido ligeramente el rastro, pero cada vez que escucho su música me sigue tocando la fibra. Creo sinceramente que eso jamás cambiará.

Nunca olvidaré un concierto que vi en en año mil novecientos noventa y cuatro. Dentro de las fiestas de una parte de mi pueblo, Revolver actuó. Nunca olvidaré su manera de engarzar una historia contada por él con la siguiente canción que se disponía a cantar. Así una y otra vez. Así durante todo el evento. Supuso un auténtico placer para mí.

El pop de comienzos-mediados de los ochenta, pero llevado a un grado comercial puro. No sé. Reconozco que fui aficionado suyo. De primeras me causaron una cierta inclinación. Pero ahora cuando salen en la tele de pascuas a ramos (habitualmente en los malditos programas de fiesta de cada Nochevieja), me flagelo a mi mismo preguntándome cómo demonios consiguieron mantener mi atención e interés durante unos cuantos años.

He visto a Mikel Erentxun en cuatro ocasiones. Bueno, quien dice «he visto» también puede «querer decir» me he encontrado cerca de él. Es decir, me he visto cerca de él fuera de sus conciertos en dos ocasiones.

La primera fue en el verano de 2004. Estábamos de vacaciones en Viella (o Vielha, en aranés), paseando. Acabábamos de llegar al alojamiento y salimos a reconocer el terreno después de haber subido las maletas a la habitación. Íbamos andando por una calle no muy transitada cuando le vimos andando desde lejos, en dirección hacia nosotros. Hablaba por el móvil. Es probable que, de no haber sido el caso, le hubiéramos pedido que posara un momento para tirarnos una foto junto a él. Nos reímos los dos, desde la discreción necesaria, objeto de una extraña mezcla de nervios, ilusión y recopilación de historias que contar. Aquello no estaba muy próximo a San Sebastián ni creo que durante esos días diera muchos conciertos por semejante comarca. Tal vez compartíamos una de nuestras principales aficiones, como es el disfrute de los pueblos de montaña en verano.

La segunda vez me lo encontré yo solo. Sin saberlo, coincidimos en un vuelo a Lanzarote. Una de las veces que acudí al servicio le vi. Estaba en sentado en la primera fila, por la zona vip. Me pregunté en ese momento si iría allí por algo relacionado con la música o por cualquier otra cuestión.

La dos veces en las que he acudido a conciertos suyos, no es que me haya defraudado, pero tampoco ha colmado enteramente mis expectativas. Simplemente no me ha seducido su manera de captar el interés de los seguidores. Evidentemente, cuando alguien paga una entrada para ver un concierto, lo normal es que haya como mínimo un cierto apego. Pero a mi modo de ver, sería más que recomendable que, además del clásico repertorio de canciones, hubiera algún que otro comentario adicional, por accesorio que fuera.

Más de una vez he pensado que, para refinar el gusto, algún año debería publicar sus álbumes con algo diferente a sus constantes fotos o imágenes propias. Sin embargo, es justo agradecerle algún que otro pro, sobre todo en la decoración de mi casa.

Como anécdota final, os comento algo de lo más curioso. Mi mujer y yo tenemos todos sus CDs. Conocemos al dedillo todos y cada uno de ellos, con una única excepción. Uno reciente que no hemos oído. Ni tan siquiera una vez. Su nombre es Corazones. 

P.D.1: Mi ignorancia tecnológica desconoce si, a día de hoy, sigue habiendo reproductores de casetes a la antigua usanza. Me encantaría volver a escuchar más de uno de los discos sobre los que acabo de escribir.

P.D.2: Sí. Puedo asegurar que oigo Spotify prácticamente todos los días.

P.D.3: ¿Seré capaz de publicar algún día un artículo semejante a éste, pero en relación a las cintas grabadas que tengo?

P.D.4: Mi amiga Olga me pidió que le hiciera un favor hace más de veinte años. Echar una mano a alguien a quien tienes tanto cariño con una asignatura que te apasiona no sólo no cuesta nada sino que además te supone un auténtico placer. Una vez cumplida la misión me obsequió por sorpresa con un regalo que nunca olvidaré. Piedras, de Duncan Dhu.

P.D.5: Acróbata. Nova. Concierto. Abisal. Naif.

First ¿qué?

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Reconozco que seguí con emoción la primera edición de Operación Triunfo. Supuso una gran novedad, en cuanto al formato y la aparente buena intención del concurso en sí, junto con la sabia instrucción del equipo docente. Dejo, como hago en ocasiones, la interpretación del adjetivo sabio a criterio de cada lector.

La segunda temporada también la seguí, pero con algo menos de interés. Comenzó pronto a aburrirme el simple hecho de que cada programa concluyera pasadas las doce de la noche, con la falta de sueño que eso conllevaba.

Con anterioridad al principio de Operación Triunfo había nacido en otra cadena (bastante más obsesionada en la audiencia que Televisión Española) el inclasificable Gran Hermano. Por desgracia, fue tal su impacto en nuestro país que ni mis compañeros de la universidad ni mi propia familia llegaron nunca a comprender porqué razón nunca llegué a prestar la menor atención a ninguno de sus programas, ya se trataran de la vida misma dentro de la casa o de los lamentables debates ideados para acrecentar el morbo bajo gritos e insultos, todos ellos condimentados con la polémica más zafia posible.

Sea lo que fuere, a primeros de la década pasada el mundo de la televisión comenzó a explotar hasta la saciedad a todo tipo de concursos trillados en los que, ya se tratara de un tema u otro, lo verdaderamente relevante eran las habituales nominaciones y las controversias más vulgares.

A las productoras a veces les surgía la ocurrencia de llevar a cualquier isla del Caribe a varios famosos venidos a menos. Otras, la brillante idea consistía en formar a jóvenes promesas para el absorbente mundo de la moda. Aunque para mí la más disparatada de todas consistió en poner a disposición de un hombre o una mujer al menos media docena de pretendientes, por supuesto dentro del mismo período, con objeto de que una sucia rivalidad evitara el bajón en picado de la venerada audiencia.

Casi siempre he tenido la inmensa fortuna de coincidir con mi mujer en su opinión acerca de este tipo de carnaza televisiva. Dicho esto, es ahora cuando me toca comenzar a explicar el objeto principal de este artículo. Y no es otro que First dates.

A primeros de este año comenzó a emitirse en el prime time de Cuatro un programa conducido por un peculiar presentador. Le vi por primera vez como actor en una serie española mejorable, emitida hace casi veinte años. En Al salir de clase, Carlos Sobera ocupaba un papel secundario. A primeros de la década pasada comenzó a presentar programas y concursos variados, en más de una cadena, en los que en todo caso hacía gala de un mordaz sentido del humor, proveniente de su tierra de origen. En este curioso programa, Sobera lleva la batuta de lo que transcurre en un local de grabación que asemeja a un restaurante moderno y urbano. Junto a varios camareros de papel más secundario cada día reciben a varias parejas, heterosexuales mayoritariamente, que aparentemente intervienen en el programa con el fin de conseguir pareja amorosa.

Analizando su continuidad en la programación, no hace falta ser detective para sospechar que además de la buena acogida inicial, a día de hoy goza de gran rating en su franja horaria.

Pero no es eso lo que más preguntas me ha generado desde que comencé a seguirlo. Por supuesto me llaman la atención muchas cosas mas. En ocasiones parece como si unieran parejas que supuestamente tuvieran gran probabilidad de sintonía. En otras, sientan en la misma mesa a personas cuya falta de similitud se palpa al instante. Se ven ciertas situaciones de forma recurrente que te llegan a plantear seriamente la duda de si por un casual se estará interpretando deliberadamente algún papel cómico, fantoche o burlón, por poner varios ejemplos.

También se ha dado otra circunstancia extraordinaria. Más de una vez han acudido a cita por segunda vez alguna que otra persona que no obtuvo el resultado esperado en su anterior presencia. Aunque, para dar algo más de morbo y sentido a la gala, también han vuelto a aparecer en escena parejas cuya conexión, feeling o directamente deseo sexual fueron imposibles de ocultar en su primera aparición en pantalla.

Con respecto al momento cumbre de cada cita, se sigue una secuencia claramente protocolaria. Todas las parejas entran en cámara a la vez, lejos de la mesa donde se generó el piscolabis previo, sin el adorno visual que comporta la decoración del supuesto restaurante. La voz en off, a modo de conclusión, pregunta directamente a uno de los dos protagonistas si, como continuación a lo iniciado en el programa, tendrá lugar una segunda cita entre ambos. Y es aquí donde comienza uno de las circunstancias más llamativas. Generalmente no se suelen producir grandes sorpresas. El sentimiento normalmente se ha manifestado previamente con la suficiente claridad. Lo que si me llama poderosamente la atención es la forma menos habitual que hay de rechazar una siguiente cita, con la sinceridad y asertividad más sanas. Digo esto porque, cuando alguien rehuye al otro en su elección, de forma corriente suele adoptar la tan manida opción de los malditos lugares comunes, eludiendo la honrada franqueza como manera de salir del paso. Muchas veces me he preguntado cual será el porcentaje real de parejas que efectivamente han mantenido algún tipo de contacto, pese a no que no llegara a consumarse el presumible objeto en cuestión.

Como remate de este artículo hago mención a las parejas que al final se aceptan mutuamente. Hay varios tipos de ellas. Unas se aprueban con mezcla de delicadeza y rubor. Otras se confirman sin apenas decir nada con frases claras, cargadas de vergüenza. Las hay que se conceden mutuamente la posibilidad de iniciar una mayor conexión a partir de lo que surja fuera del programa. Y por supuesto también las hay que aprovechan para manifestar sin rodeos su atracción sexual recíproca, con un beso en los labios que no deja lugar a dudas.

Con las opciones descritas dentro de este último párrafo, junto a otros tipos de síes que no he expuesto explícitamente, ¿con cual te quedarías? Dicho de otro modo, si tu fueras parte de la función, ¿cuál saldría de ti con mayor naturalidad?

Aaron o la fuerza del sino

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No recordaba exactamente en que fecha tuvo lugar, si hacía dos semanas, un mes o tal vez dos. Cuando Aaron Cooper se cruzó dentro del portal de Carlos con aquella muchacha no dudó un instante en identificarla como la misma persona con la que había tenido una de esas cómicas escenas que se producían cuando dos desconocidos chocaban una y otra vez al querer retomar su marcha después de un choque fortuito.

Esta vez la vio venir a unos metros de distancia, lo justo para pasar con una separación prudencial el uno del otro. Instintivamente, Aaron aminoró el paso para evitar la coincidencia en la puerta que separaba el recibidor del portal con la zona donde se encontraban los ascensores. Aunque todo ello lo hizo sin dejar de echar el ojo a la joven. Ésta, a caballo entre un cierto rubor y un interés difícil de ocultar, le mantuvo firme la mirada al tiempo que esbozaba una sonrisa ligera pero cordial. Cuando finalmente cruzaron sus pasos, se saludaron cortésmente. Aaron no fue capaz de resistir la tentación de volver la vista atrás justo en el momento en que cerraba la puerta del ascensor. Para su gozo comprobó que la enigmática desconocida hacía otro tanto mientras sujetaba la puerta de la calle, con el fin de evitar encajarla de forma estruendosa.

No sabía muy bien como definir con palabras lo que había sentido viendo a esa mujer. Sobre todo esta última vez. Aaron recordó como su madre le preguntaba, durante la fase adolescente vivida en el instituto, si había sentido alguna vez mariposas revoloteando en su estómago. Por aquel entonces no entendió muy bien aquella expresión. Manejaba desde su infancia el castellano de un modo más que correcto, pero se le escapaban en gran medida los dobles sentidos e ironías que ella solía emplear en su lengua original. La clásica vergüenza del adolescente hizo que nunca preguntara por el significado de una expresión como esa. Curiosamente un suceso casual le retrotrajo a cinco o diez años atrás cuando despertó su interés por el sexo opuesto y le hizo comprender de forma súbita el significado de tan curioso dicho de su madre.

Tan pronto le franqueó la entrada a su casa Carlos se percató de la sonrisa inocente que su cliente traía consigo.

Queridos blogueros, disculpen la molestia

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Desde que inicié este blog me surgió una duda que se repite con cierta asiduidad. Sigo a poco más de veinte blogueros que tratan temas variopintos, todos ellos lo suficientemente interesantes como para mantener mi atención de forma desinteresada.

Por decirlo finamente, os hago saber que la gran mayoría de ellos son seguidos, leídos, contestados, tuiteados y retuiteados por decenas, si no centenares de personas. Por desgracia no es mi caso. Con toda franqueza, creo que es mejor ser honesto en lugar de soltar la clásica fantasmada al uso.

Por este motivo se me ha ocurrido retomar mi blog con un artículo especial, diferente, que probablemente requerirá ser clasificado en una nueva categoría propia y específica, con la complejidad que ello conlleva. Se trata de plantear dudas, con la peculiaridad de hacerlo sobre todo a aquellas personas que publican, con mayor o menor éxito, sus propios artículos.

Partiendo de la nada, es decir, desde la habitual ausencia de comentario o contestación alguna, cualquier cosa que se exponga como impresión, explicación o elucubración no producirá más que un curioso bienestar.

¿Cual creéis que es la sensación generalizada que tienen quienes os siguen cada vez que publicáis, ya sean blogueros o simplemente lectores? ¿Pensáis que la gente opina lo que realmente piensa u omite o camufla por contra sus impresiones, con el fin de evitar vuestra decepción o fastidio? Hilando más fino, ¿sospecháis que en algún caso se os ha dado a conocer algún bloguero a quien realmente no le interesaba lo que publicabais, vuestros temas o forma de redactar, con el único fin de promocionarse a sí mismo ante el gremio?

Entre todos los blogueros a quienes sigo se encuentran personas, o mejor dicho, escritores de toda clase y condición. Los hay que parecen estar más cerca de los veinte que de los treinta años. Los hay que prefieren narrar con sincero interés el curso de sus acontecimientos cotidianos y también los hay que disfrutan deleitando y deleitándose con su poesía o con historias cuasifantásticas. Los hay que imparten lecciones sobre temas concretos, entre la simplicidad de lo complejo y la normalidad más majestuosa. Los hay que, al escribir sus relatos, plantean preguntas poco menos que existenciales que los demás probablemente no seríamos capaces de cuestionar. Los hay que te entretienen y te dejan más que atraído desde el planteamiento de meras anécdotas.

En todo caso, sea como fuere, no puedo o más bien no debo sino agradecer su dedicación a la escritura y nuestra lectura y reflexión posterior que generan.

P.D. 1: Retomar mi blog, después de un largo trimestre disfrazado en forma de “periodo de abstinencia” en la escritura, en realidad no es más que mi forma tradicional de acabar con las excusas para volver a escribir aquello que emprendí hace casi un lustro. Para quien quiera indagar sobre este asunto, le invito a leer de forma “desinteresada” el décimo artículo que publiqué, hace casi un año. Se trata de Laura no pierde el tren. Para más señas, es el único que pertenece, de momento, a la categoría Novela. Continuará…

P.D. 2: Para mí sorpresa, finalmente el nombre de la categoría ha sido bastante más simple de lo que presumí en principio.

Viejos misterios

Blog 18_Nuevos Ministerios

Dentro del día a día hay determinadas impresiones cotidianas que te ocasionan duda e interés a partes iguales. Pero crees sinceramente que el relato que viene a continuación no se debe a ningún desvarío sino a la calidad que atesora el protagonista de este artículo.

En breve se cumplirán veinte años desde que el trayecto en transporte público se convirtió para ti en un amigo especial. No es que te encantara hacer todos los días el mismo recorrido pero lo necesitabas, más bien dependías de él. Puede que alguien se pregunte por qué dices esto. La respuesta es bien simple. El tiempo que hace desde la primera vez que viste al héroe en cuestión sobrepasa con creces los diez, casi quince años de la fecha actual.

No eres precisamente un experto dentro de la interpretación musical que practica cada mañana este personaje tan enigmático. Crees que simplificarías enormemente su condición si sólo te refirieras a él como el músico que toca a primera hora en los pasillos de una de las principales estaciones del metro de la ciudad. Y justificas esto cada vez que afirmas que, tal y como intuyes, su manejo del violín sobrepasa con creces al del resto de los músicos callejeros. No sólo en la complejidad de los propios temas representados. Mas bien gracias a la manifestación clara y nítida que le proporciona su expresión en general. Se trata de gestos y movimientos corporales diferentes, cautivados y cautivadores a partes iguales, de aquellos que no podríamos explicar los profanos de la música. Es como si fuera un nexo inseparable entre el complemento directo y el indirecto, entre una objetividad y una parcialidad que coexisten dentro de la mas armoniosa espontaneidad.

La vena analítica de tu ignorancia sospecha que esa proverbial destreza con el violín no debió surgir justamente de un curso cualquiera de los que se anuncian en televisión todos los meses de septiembre, tratando de purgar cada conciencia del desabastecimiento emocional más recurrente.

Siempre has percibido en su cara y su cuerpo una sensación muy particular, difícil de definir. A ratos da la impresión de obsesionarse con el momento musical atormentado en el que se encuentra. Otras veces muestra un semblante relajado, como si el hecho en sí dependiera más de su distracción que de la propia obtención de recursos monetarios. Ni que decir tiene que esta circunstancia provoca la colocación estratégica de la funda de su violín, abierta y al alcance de todos los que pasamos por allí.

Confirmas con meridiana certeza que, aunque lo ves tan a menudo, en absoluto te supone una rutina desagradable previa al comienzo de tu jornada laboral. Reafirmas que el ensimismamiento que demuestra, violín en ristre, le sitúa automáticamente muchos peldaños por encima de la mayoría de la gente que pide dinero en el transporte, al tiempo que aporrean cualquier otro instrumento, esperando a que termine su duro día de trabajo.

Te planteas si la práctica y el talento que atesora convivirán unidos a una estable jornada laboral en el turno de tarde o si por contra servirán unicamente para sustentar el alquiler de un pequeño cuchitril de mala muerte junto a la comida más barata posible. Te surge esta hipótesis como explicación a una pequeña coyuntura: aunque a diario seguramente pasaremos varios miles de personas delante de él, apenas has visto a individuos que le obsequiaran con moneda alguna. De billetes, mejor no hablar. Aunque desde un punto de vista más optimista, su persistencia en aquel lugar junto a su instrumento te alegran, suponiendo que al menos obtendrá lo necesario para mantener el tipo.

Otra cuestión que da más morbo al asunto es su apariencia corporal. Es alto y flaco. Sin lugar a dudas crees que ya ha superado los cuarenta años. Pero esto no es lo que más te llama la atención. La estatura pero sobre todo el color de piel y ojos denotan que probablemente naciera y se criara en el este. Pero no en el este de la capital, como si de Alcalá de Henares o Arganda se tratara, sino más bien en el este de Europa. Este hecho, pese a que no lo tienes en consideración en el plano musical, retuerce más si cabe el misterio de su historia, dándole un aire casi místico a cada composición interpretada por él.

A menudo te haces una pregunta sustancial. Por el motivo que fuera, si un día conocieras con cierto detalle su biografía, ¿sería la suya una vida anodina por definición? O por contra, ¿crees que te podría suministrar, mas que un simple tema para otro artículo de este blog, directamente el esbozo necesario para el desarrollo de una novela interesante?

Viejos misterios, en Nuevos Ministerios.

Sin título

Blog 17_Misiva

Hace varios años, en mitad del verano recibí una llamada a mi móvil. No era más que para darme fecha a lo esperado. A pesar de ello no pude evitar sentir una tensión casi extrema. La angustia y la incertidumbre camparon a sus anchas.

Hace pocas semanas no fue una llamada lo que me produjo una sensación similar. No era mío el protagonismo en lo referente a la noticia de ese día, pero no por ello me resultó fácil de aceptar. A primera vista mi sonrisa manifestó su alegría nada mas ver tu nombre como contacto emisor, aunque confieso que nada más abrirlo y ver lo largo que era el mensaje, de inmediato sospeché que no era como los de costumbre entre tú y yo. Se saltaba el clásico mensaje corto con el saludo tradicional, seguido de los parabienes habituales.

Tan pronto comencé su lectura confirmé mi mal augurio. Tras un minuto de atención noté como mi nerviosismo se disparaba.

Todos sabemos que cosas así ocurren a menudo. Muchos conocen gente que lo ha padecido, directa o indirectamente. Incluso algunos como yo lo hemos vivido y sufrido en nuestras propias carnes.

Lejos de sentirme molesto por el intervalo entre fechas empaticé contigo al instante, comprendiendo tu demora perfectamente. A todos nos cuesta menos poner en conocimiento lo bueno que lo menos bueno, pero creo sin duda que en casos así somos transportados inopinadamente al máximo nivel de dificultad.

La comunicación de este episodio tuvo lugar a media mañana aproximadamente. El malestar y la pena me dieron un respiro poco antes de comer. Necesitaba contárselo a alguien. A alguien que os conociese, claro está. Y quién mejor que mi mujer para este caso. Ella te conoció varios años después del comienzo de nuestra buena amistad, pero siempre manifestó sin rodeos el notable aprecio que tuvo por ti desde vuestro punto de partida. Tan sólo la informé, sin recomendar ni prohibir su mensaje de cariño, pero tan pronto me dio a conocer su gesto afectuoso hacia ti entendí de sobra porqué había llevado a cabo su actitud de apoyo.

Después de comer, sin proponérmelo hice un salto en el tiempo, rememorando la última vez que nos vimos. La primera y por desgracia única vez que estuve junto a él. Recordé el pequeño retraso con el que llegasteis. Pero no me sentó mal, más aún después de que nos contarais cual había sido su jornada maratoniana con viaje nocturno incluido. Agradecimos de corazón que no hubieses cancelado aquel encuentro.

Me sorprendió para bien su determinación. Supuse al instante que seguramente él habría oído mi nombre y parte de mi historia, de la misma forma que mi mujer conocía y había escuchado tus relatos, contados por mí en alguna ocasión. Cuando uso la palabra determinación en buen sentido no es más que por contraposición a mis habilidades en lo referente a ese nivel de relaciones sociales. No sólo me chocó sino que despertó la más sana de mis envidias. Como anécdota de esa tarde recuerdo que, después de la sobremesa, él pidió permiso para echar una siesta reparadora en el establecimiento rural donde estuvimos alojados. No sólo se lo concedimos sino que mi mujer y yo horas después coincidimos plenamente en la absoluta naturalidad necesaria de la que hizo gala para pedir un favor así, con motivo de algo tan simple como primordial. Nuevamente su espontaneidad me causó una mezcla entre simpatía y afabilidad. Mi carácter retraído estaba recibiendo lecciones de sencillez, llanas pero a la vez indiscutibles.

Me acordé con nostalgia de una tarde de verano, mediada la década de los noventa, en la que quedamos para vernos en tu casa. Recordé una conversación más que amigable contigo y con tu madre, en el salón de vuestra casa. Dicho así no debería sonar como algo excepcional, de no ser porque aquella fue la ocasión en la que tuve el gusto de conocerla y porque ambos nos encontrábamos por debajo de la mayoría de edad. Pero lejos de sentir la clásica vergüenza, disfruté de un agradable rato tomando café también junto a ella, como si por entonces fuésemos más adultos que jóvenes.

Lo siguiente fue la vuelta atrás a un periodo más reciente. Recordé como él había ocupado tu corazón justo en la época en la que casi todos creemos que ningún llanto, incluso surgiendo de un amorío, tendrá solución y que ya estamos preparados para tomar las riendas de nuestra madurez, pese a que nuestra cabeza se encuentra absolutamente perdida en plena pubertad. Por un momento ojeé tus cartas, por supuesto dentro de mi imaginación. Desde la adolescencia te tome un cariño más que notable por la afinidad que teníamos para muchas cosas, pero sobre todo me conquistaste como amiga por un detalle no menor. Pienso sinceramente que te encantaba escribir. Y yo, para más casualidad, además de coincidir contigo en ello gozaba del privilegio de leerte ocasionalmente y echar buenos ratos mientras redactaba la contestación a tus misivas. En ocasiones, el placer es de un tipo y condición tan raso como la correspondencia mantenida con alguien a quien de verdad aprecias.

Volví también a mi año más duro hasta la fecha. Una de las pocas cosas buenas que me ocurrió en esa época fue el encuentro que tuvimos poco antes del verano. Yo te relaté el lance vivido desde el comienzo de lo malo. Tu me narraste tu segunda etapa y posterior matrimonio con quien en su día había provocado tus desvelos de juventud. Reconozco que me sorprendió, pero me alegré con franqueza.

Mantuvimos una comunicación periódica, debido sobre todo a Facebook. Quienes me conocen bien saben que, lejos de buscar a quinientos conocidos imposibles de atender, agradezco en serio a esa herramienta que me permitiera retomar de nuevo el contacto con personas con las que nunca debía haberlo perdido. Por supuesto con personas como tú. Mi querida amiga Gema sabe que esto que digo es absolutamente cierto.

Llegados a esta altura, no te voy a proponer ninguna fecha de llamada o encuentro. Prefiero dejarlo a tu elección, ya pasen meses o años desde que me leas por primera vez. Esto podría sonar a represalia por alguna molestia causada, pero no voy a perder el tiempo explicando nada que de sobra sabes que no existe. Tu conoces bien la realidad y mi voluntad al respecto. Dadas las circunstancias vividas, esperaría el tiempo necesario para que volviéramos a vernos.

P.D. 1: No se si llegamos a hablar de esto en su día. Nunca supe si te referías a él con lo que era su nombre, su apellido, una parte de ellos o simplemente su apodo de siempre. Entono el mea culpa por no haber hecho esta pregunta mucho antes. De nuevo lo repito. La vergüenza siempre ha sido mi compañera de viaje.

P.D. 2: Nunca me ha resultado tan difícil poner nombre a un artículo de este blog.